Como dijo Arthur Schopenhauer: “La gente vulgar solo piensa en pasar el tiempo; el que tiene talento… en aprovecharlo”. He aquí una fabulosa sentencia: la correcta gestión del tiempo está vinculada a la optimización del talento. El famoso Carpe Diem se alza como lema de quien tiene sana ambición, ilusiones y proyectos que materializar. El espíritu que busca la excelencia tiene hambre de conocimiento, y no se conforma con observar el movimiento de las agujas del reloj. La vulgaridad es, por ende, compañera de la simpleza (que no de la simplicidad), rasgo común de aquellos que no ven más allá de sus narices y funcionan por inercia. Lo malo es que hay un auténtico empacho de vulgaridad, un inaudito empalago de ramplonería.
