El miedo a la oveja negra

Desde las escuelas de negocios se nos repite que, para destacar entre otros profesionales, es imprescindible crear una marca personal potente y saber comunicarla a través de los medios adecuados. Si ofreces lo mismo que los otros – nos dicen – serás uno más, así que debes potenciar la diferenciación. En teoría, ser diferente es cualidad sine qua non para tener más posibilidades de alcanzar el éxito. En la práctica, decir o hacer algo que no se ajusta a  lo políticamente correcto provoca ser calificado de “oveja negra”. La cuestión es que, al  no mimetizarse con el rebaño, la oveja negra es peligrosa… y poderosa.  El poder de la oveja negra reside en que no teme a las ovejas blancas, y ese poder inspira muchísimo miedo.

Miedo a quien tiene bastante fuerza y valentía para expresar su opinión al margen de las críticas. Miedo al que posee una autoconfianza tan fabulosa, que aprecia más su libertad que la censura de la muchedumbre. Miedo al que reconoce sus méritos y no cree en la falsa modestia ni está dispuesto a aceptar las condiciones que otros quieran imponerle. Miedo al que abraza con tanto amor su esencia, que se niega a adulterarla a cambio de lisonjas baratas. Miedo a quien se levanta cada día con una sonrisa y se acuesta con la conciencia tranquila, sin la frustración que acarrea renunciar a los más íntimos valores con tal de agradar a la plebe. Miedo, en suma, a quien no tiene miedo.

En su obra La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset introdujo el concepto de “hombre-masa”: un individuo vacío pero rebosante de prisas y vulgaridad. No sabe nada pero opina de todo; no escucha, pero juzga. La rebelión de las masas fue escrito en el año 1927, pero describe a la perfección al modelo de hombre actual. Atrapado en una vorágine de (des)información, consume medias verdades con desbordada fruición y se integra, arrastrado por la inmediatez del mundo digital, en un rebaño de individuos homogéneos. Todos piensan de forma análoga, emiten el mismo discurso y comparten modus operandi. Quien alza la voz es etiquetado de “nota discordante” y se le insta a desarrollar una quimérica afinidad con sus semejantes (nunca mejor dicho), so pena de ser apartado. Si algún ingenuo, con buena intención, osa alejarse del rebaño, a su alrededor comienzan los chismes, los rumores, hasta llegar incluso a destrozar su reputación. Surge, aquí, la  gran paradoja: por un lado, para sobresalir se exige diferenciación; por otro, ser la nota discordante se castiga con la exclusión del grupo.

Además, la creciente digitalización es un arma de doble filo. Como sentencia el filósofo José Antonio Marina, “el yo social necesita ser refrendado continuamente por el resto de la red”. En consecuencia, y al estar programados para convivir en grupo,  el individuo ansía formar parte de algo más grande que sí mismo. La manipulación mediática a la que nos vemos sometidos provoca que abunden las marionetas de carne y hueso. Internet y las redes sociales nacieron para aumentar la libertad personal, pero esta libertad ha derivado en una multiplicación de estereotipos, fotocopias de maniquíes que, con tal de recibir alabanzas, sacrifican su autenticidad para ganar popularidad.

Tomar las riendas de la propia vida requiere de un coraje y arresto extraordinarios, y esto conlleva un arduo proceso de autoconocimiento. ¡Es imposible dejar de ser parte de la masa de la noche a la mañana! Cada persona decide cuándo es el momento idóneo para autorrealizarse, cuándo rompe sus ataduras y marca la diferencia con sus congéneres. Pertenecer a un contexto social, en multitud de ocasiones, implica estar sometidos a un férreo control. Elegir decir “no” mientras todos los demás son arrastrados por el “sí” es una muestra de entereza. Empoderamiento con mayúsculas, la bandera de la diferenciación puede dar miedo a los otros, pero nunca a quien la enarbola.

Se trata, en fin, de gritar a los cuatro vientos los versos finales del magnífico poema Invictus de Ernest William Henley: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Hablo de autogobernarse y de ejercer un autoliderazgo consciente, avanzando con paso firme con base a la dignidad, la libertad y la autonomía. Me refiero a actuar con respeto en todo momento y, sobre todo, respetarse a uno mismo.

Señores, interioricen esta máxima: la oveja negra no es mala, solo es diferente. ¿Acaso no es eso lo que hoy se demanda por activa y por pasiva? Abran la mente, amplíen su campo de visión. Quizás, la idea genial que revolucionará nuestro día a día ya se encuentra bien esbozada en el cerebro de alguien. No tengamos miedo al poder de la oveja negra y dejémonos sorprender por lo que individuos excepcionales puedan sumar a nuestra existencia. Ser diferente no es fácil, ¡por eso hay que felicitar a quien lo consigue!

A lo largo de los años, me he cruzado con grandiosas ovejas negras de las que he aprendido muchísimo. Sugiero despojar a esta expresión de toda carga negativa y asociarla a la diferenciación en el sentido más maravilloso del término. El futuro es de quienes se atreven a ser diferentes, porque la diferenciación es una de las claves de la excelencia. Así que no tema usted a la oveja negra… ¡Alégrese de cruzarse con alguna y siéntase orgulloso si es usted una de ellas!

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