La nostalgia de la ética

Cada día me indigna más la falta de civismo, definido, según el Diccionario de la Real Academia Española, como “el comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública”. Y más que la falta de civismo, me aterra la perspectiva y la actitud con la que muchos caminan por la vida. No me refiero a la mala educación (que también), sino a una situación más preocupante. La mentira y la traición pululan por doquier, mientras que la violencia se ha adueñado de la cotidianeidad. ¿Dónde ha quedado el honor? ¿Qué ha sido de la ética y la moral?

Cuando nace, el hombre es una criatura que se mueve por instintos, y cuya moralidad va forjándose según su aprendizaje y experiencia. No hay un código ético innato en el ser humano como sí hay un instinto de supervivencia. Debemos afanarnos en elegir la senda adecuada que conduce a la evolución positiva. Todo potencial es susceptible de desarrollo hacia el bien o hacia el mal, por lo que nuestros valores serán determinantes a la hora de escoger una opción u otra.

Usted no me conoce ni yo le conozco a usted; simplemente, ambos somos seres humanos y, por el mero hecho de existir, gozamos de dignidad. Como es hermana de la dignidad, en este punto alguien sacará a la palestra el asunto de la libertad. “Yo pienso lo que quiero, digo lo que quiero y hago lo que quiero”. Por mí, como si escala el Mulhacén como Dios le trajo al mundo y cantando La Traviata a pleno pulmón. Es su libertad, de acuerdo, y ese comportamiento no afecta ni salpica a nadie más. No obstante, hay comportamientos que distan mucho de incluirse dentro de lo que se entiende por “libertad”, y se califican, directamente, como repugnante libertinaje.

¿Qué estamos haciendo mal? ¿Qué ocurrió en la cabeza de dieciocho adolescentes para que, la pasada noche de Halloween, salieran a la calle con machetes y palos, atemorizando a todo un barrio de Sevilla? ¿Qué impulsa a unas niñas de Zaragoza a hacer bullying a una compañera de diez años (lo imagino y me echo a temblar) hasta que la pobre chica, desesperada, se lanza al vacío desde un tercer piso? ¡Adolescentes! ¡Niñas! No hombres ni mujeres adultos, sino chicos y chicas en pleno desarrollo de facultades físicas y  mentales.  ¿Qué papel juega la moral en sus vidas? ¿Qué código ético están cultivando en su interior?

Considero que estos deleznables acontecimientos son manifestaciones del lado más oscuro del ser humano. Desde una salida de tono al más atroz acto criminal, todos ellos tienen su origen en una errónea concepción de la existencia. Ningún hombre es enemigo de otro hasta que alguno de ellos inicia la guerra. Ante quienes enaltecen la anarquía en cuanto a comportamientos cotidianos, defiendo la necesidad y utilidad de reglas que permitan una pacífica convivencia y, además, establezcan sanciones adecuadas a la gravedad del suceso.

El vilipendio a las buenas maneras debería ser objeto de repulsa. Hay muchos factores externos que escapan a nuestro control. Aunque hayas planificado el día al milímetro, pueden surgir mil imprevistos que te descoloquen por completo y te obliguen a modificar, e incluso renunciar, el desarrollo de tu jornada. Si el autobús en el que te desplazas sufre una avería y el conductor insta a los pasajeros a bajarse y esperar el próximo (sin pagar nuevo billete), no ha lugar para los gritos desaforados de una emperifollada damisela, que pierde los nervios porque llegará tarde a la cita en su centro de estética. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. No hay collar de perlas ni maquillaje que oculten la arrogancia y desconsideración hacia el trabajo de ese conductor.

Existe un absoluto desprecio, una  execrable ausencia de compasión por el prójimo. Cuando Nadia Calviño, vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, urgió a las entidades bancarias a acabar con la exclusión digital del colectivo que integra la tercera edad, los bancos anunciaron a bombo y plantillo un plan de choque: ampliación de atención presencial, preferencia en caso de alta afluencia de clientes, asesoramiento personalizado, atención telefónica más eficiente… Nadie da duros a cuatro pesetas. La letra pequeña: resulta que ese fabuloso plan de choque era una norma supletoria y adicional con respecto a la normativa ya existente y, para más inri, de carácter voluntario y que admitía cierta “flexibilidad”. Las colas para cruzar el umbral de los bancos son vergonzosas. Los cartelitos de “No operativo” inundan los cajeros y desesperan a los usuarios, tengan la edad que tengan. ¡A mí me desesperan! Da igual. Los bancos siguen jugando con nuestro tiempo y nuestro dinero.

La integridad y el honor se han quedado atrás, mientras la desvergüenza ha ganado terreno. No hay circunstancia ni coyuntura que justifique un trato vejatorio. Exigir respeto a gritos no proporciona autoridad. Escudarse en la noche para delinquir no es motivo de orgullo. Siento una profunda nostalgia de la ética y la moral, adalides de la tolerancia y la cohabitación. Si recibo una respuesta fuera de tono por parte de un maleducado, experimentaré cierto disgusto y mal sabor de boca. Esto es una cuestión de incomodidad particular. Sin embargo, desde el  momento en que hordas de descerebrados encuentran placer causando dolor a sus semejantes, es materia de interés humanístico. Como dijo Mahatma Gandhi: “Un cobarde es incapaz de mostrar amor; hacerlo está reservado a los valientes”.

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