A mi alrededor observo ansia por recuperar dinero y tiempo perdido. La pandemia nos dejó, y nos deja, ganas y necesidad de compensar todo lo que quedó atrás. ¿Todo? Quizás, para quien solo perdió dinero (que no es poco), sea hora de resarcirse. Pero, ¿dónde quedan las expectativas, los alicientes y la pasión? Ay, amigos… Más que en la cuenta corriente, esta crisis ha hecho estragos en las cabezas y los espíritus.
Este año no he comprado lotería de Navidad. Para mí, el mayor de los premios es intercambiar una sonrisa cómplice con una amiga o compartir unas horas con mis seres queridos. Considero que no hemos aprendido nada, absolutamente nada. Confinamientos y restricciones, limitación de aforos y toques de queda. ¡Nada! Hemos recibido pinchazos, esperanzados en regresar a los abrazos y viajes, pero continuamos inmersos en una espiral de incertidumbre.
Salud. Bendita palabra que atisbamos en el horizonte como maná en la tierra prometida, como lluvia que acaricia la piel tras épocas de sequía y hambruna. Creímos que la “nueva normalidad” era posible, pero todo lo nuevo implica cambio y transformación, y no siempre para mejor. Salud, esa quimera que se nos escapa como el agua entre los dedos, y que se refiere, más que a la ausencia de dolor o enfermedad, a la situación de bienestar. Y digo yo… ¿Qué entendemos por bienestar? Cuando los datos de contagios y hospitalizaciones siguen siendo alarmantes, eso del bienestar suena a chiste.
Aquí hay mucho interés político y económico. Por doquier aparecen nuevas variantes del bicho que truncan los sueños de emprendedores y coartan, una vez más, las ambiciones de los empresarios que sostienen el país. ¡Señores, necesitamos salud! Sobran las promesas. ¿Qué hacen las Administraciones públicas? ¿Dónde están las ayudas de las diferentes instituciones y entidades? ¡Hagamos oídos sordos a las palabras! ¡Queremos hechos!
Conozco a hombres y mujeres de extraordinario talento que han tirado la toalla. Por cansancio o agotamiento, han decidido conservar un empleo aburrido y frustrante, que paga las facturas, antes que lanzarse al vacío. Ser autónomo, en España, significa tambalearse meses y meses en la cuerda floja, sin garantía de ingresos que, al menos, cubran los gastos fijos y pagos a proveedores. ¡Cuánta mente privilegiada que se pierde en el hastío! ¡Cuánto intelecto sobresaliente que se ahoga en el océano de las trabas burocráticas! Estos hombres y mujeres deciden no pegarse más cabezazos contra el muro de la incomprensión y la explotación. De gratis, nada, oiga. El talento hay que reconocerlo y el trabajo hay que retribuirlo. Se dejan la piel y el alma elaborando modelos de negocio y persiguiendo un objetivo realista, factible, medible, sostenible en el tiempo (vamos, el perfecto SMART). Sin embargo, se topan con tres enemigos de armas tomar: el puñetero covid, el amiguismo totalitario y la hipocresía generalizada. La tarta se la siguen repartiendo y comiendo entre los mismos. Así que, ¿de qué sirve luchar para lamer las migajas del pastel? No merece la pena.
Sin embargo, esta decisión no debe interpretarse como una derrota, ni mucho menos. Es una declaración de intenciones. Afirmo, alto y claro, que la salud física y emocional es más importante que el mayor de los éxitos laborales. Debemos buscar la satisfacción vital en las áreas más íntimas y privadas de la existencia, por mucho que el reconocimiento profesional nos llene de orgullo. Hay una enorme diferencia entre orgullo y dignidad, y la dignidad no reside en ningún despacho con vistas, sino en el corazón de la persona.
Nada es tan urgente ni tan importante. Más allá de la visibilidad, la notoriedad y una abultada cuenta corriente, lo más importante es dormir a pierna suelta cada noche, con la conciencia tranquila. Por mi parte, lo que he encontrado, ya sea por constancia o causalidad, es serenidad. En el universo corporativo hay demasiado caos. Únicamente deseo sonreír desde las entrañas y recibir el mismo amor que doy. En mi faceta profesional, soy conferenciante y escritora, experta en oratoria emocional. En mi faceta personal, soy una mujer íntegra, auténtica, que ha alcanzado el equilibrio. ¿Acaso esto puede llamarse madurez? ¿Es tal vez felicidad? Mmmmm…. Puede. A mí me gusta resumirlo así: ¡por fin me ha tocado el Gordo! Así que más salud y menos hipocresía.