Tú al metaverso y yo al bar

En Internet, el producto somos nosotros. Los barones del planeta digital quieren que nos obsesionemos con determinado artículo, con cierto personaje o con un suceso en particular. Omnipresentes en redes sociales, estamos en manos de algoritmos y cookies. Convivimos con el síndrome FOMO (Fear of Missing Out, miedo a perderse algo), y nos sobrevuela una oscura nube cargada de fake news. Cualquier “espabilao” monta una granja de criptomonedas y se forra. Desinformación y sobreinformación, hiperconectividad y exaltación de lo virtual. Y llega la gota que colma el vaso: el metaverso.

El prefijo griego “meta” significa “más allá” o “después”, y “verso” alude al universo conocido. Es decir, “metaverso” hace referencia a un mundo más allá del que actualmente conocemos. En él podemos trabajar, ir de compras, reunirnos con otras personas, acudir a eventos… Se trata, dicen, de interactuar a través de Internet, sin límite de tiempo ni espacio, en un ecosistema multidimensional. Real como la vida misma. ¿Real? Lo dudo. El metaverso es virtual; la vida real es analógica. El metaverso está en fase de desarrollo e implantación; la vida real es lo que respiramos. El metaverso ofrece experiencias como si estuvieras en un lugar y momento; la vida real es cuando estás en ese lugar y momento.

El metaverso se me antoja un extraño laberinto, y no me inspira ninguna seguridad. Tiene riesgos que muchos estarán dispuestos asumir, pero que hieden a vulnerabilidad: aumento de la ciberadicción, publicidad invasiva, filtración de datos, suplantación de identidad digital, acoso… Si ya te hackean la tarjeta de crédito cuando adquieres cualquier “trapillo” on-line, ¿qué confianza inspira esta galaxia confusa y difusa que aún está en pañales?

La inteligencia artificial tiene muchísimas ventajas, claro que sí. Es un verdadero tsunami en ámbitos como, por ejemplo, el sanitario. Se están dando pasos de gigante que nos facultarán para llevar a cabo una más eficaz medicina preventiva y, obviamente, practicar intervenciones quirúrgicas de extrema dificultad. Los bots permiten, incluso, detectar de manera precoz problemas de salud mental y evitar el agravamiento de trastornos ya identificados. ¿Quién puede decir que esto es negativo? ¡Al contrario! Simplemente, pone de manifiesto una sentencia irrefutable: las nuevas tecnologías son un medio, no un fin, y deben estar al servicio de los seres humanos, no esclavizarnos ni ponernos en peligro.

Durante la pandemia, soñábamos con abrazarnos. ¿Dónde queda ahora esa nostalgia de piel? La melancolía impregnaba interminables jornadas repletas de soledad no elegida, cuando las ventanas permanecían abiertas día y noche porque representaban la vía de escape al exterior. Pasear al perro era el deporte oficial de la familia, hasta el punto de agotar al pobre animal calle arriba y calle abajo, las veces que hiciera falta, para que a los dueños les diera el aire fresco en la cara. Con un poco de suerte, quizás se cruzaran con otro transeúnte e intercambiaran un tímido saludo, entre el miedo al contagio y la rabia por no poder entablar una distendida conversación.

El anhelo de contacto físico era inconmensurable. Pocas relaciones amorosas sobrevivieron a la distancia y, las que lo hicieron, encontraron en los susurros nocturnos a través del móvil un ligero consuelo a sus apetitos más íntimos. Las pandillas de amigos soportaron una prueba de fuego; algunas se rompieron y otras salieron reforzadas gracias a las videollamadas grupales, cubata casero en mano. ¡Qué ganas de mirarse a los ojos sin el filtro de una pantalla, de sentir el cuerpo de la pareja junto al tuyo, de achuchar a ese amigo leal, de vibrar con el sonido de las copas al brindar! Y ahora… ¿resulta que lo estamos flipando con el metaverso?

Las nuevas tecnologías, que en principio surgieron para mejorar la calidad de vida, se han transformado en un gigantesco ladrón de tiempo. Estamos encadenados por eslabones de velocidad y angustia. Debido al gran salto tecnológico, supuestamente hacia adelante, hemos dejado atrás la cultura tradicional y los valores que implicaba dicha cultura. No sabemos aprovechar las ventajas de este salto, sino que nos sentimos presos del compás que, a raíz de la cuarta revolución industrial, marca “la sociedad X.0” (ya no sé por qué número vamos, pero seguro que seguiremos sumando).

Ante este desvarío, solo cabe una solución: la inteligente combinación de sentido común e intuición. Debemos optimizar el primero, como capacidad para reflexionar sobre las circunstancias y tomar las decisiones correctas, y escuchar a la segunda, que ofrece una perspectiva más rica y detallada de los acontecimientos. Sin dejarnos invadir por un aura de subjetividad extrema y sin guiarnos exclusivamente por presentimientos, la intuición supone un gran aliado para el intelecto en pro de la innovación y la efectividad. En la era digital, la intuición se erige como una hermosa mescolanza de memoria universal, acúmulo de experiencias, conexión emocional entre individuos y elemento de espiritualidad.

A las personas nos mueve la pasión. No somos máquinas, sino seres sociales que sentimos, razonamos y actuamos en base al fuego que prende en nuestro interior. Sé que el metaverso tendrá un impacto brutal en nuestra cosmología personal y profesional, pero creo que la virtualidad jamás podrá desbancar a la presencialidad. Es una herramienta de apoyo, pero no su sustituta. Dicen que en el metaverso habrá restaurantes. Pues yo me voy al bar, a echarme unas risas y tomarme algo con los colegas. Oiga, dígame: ese primer sorbo de cerveza helada, ¿sabe igual de bien en el metaverso?

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